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LAS PRECIOSAS

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Mensaje por charo Dom 2 Ago 2009 - 21:50

LAS PRECIOSAS


Las Amazonas de la Fronda, fueron las mujeres que, en la Francia del siglo XVII encabezaron la rebelión de una parte de la nobleza contra la monarquía francesa, también llamadas "Preciosas", a través de sus salones, impulsaron la movilidad social , civilizaron a la nobleza y fomentaron la cultura, y fueron las anfitrionas de los salones ilustrados del XVIII, donde se gestó la Enciclopedia, el compendio de todos los saberes de la época, y donde se creó el entramado de solidaridades y de valores que se conoció como La República de las Letras . Una República donde, como decía Pierre Bayle, su principal promotor , reinaba la libertad y sólo se reconocía el imperio de la verdad y de la razón .
Al decir de la historiadora Joan DeJean, la Fronda fue una guerra de mujeres que dominaron la vida política francesa durante casi seis años, alterando la jerarquía tradicional del Antiguo Régimen. Entre 1648 y 1653, la princesa de Condé, la duquesa de Longueville, la Grande Demoiselle, y la condesa de Saint-Balmon , por citar sólo a algunas de las heroínas más representativas, desafiaron el orden político, conspiraron e incitaron a las ciudades a rebelarse contra la autoridad real. Si las hazañas de estas amazonas hubieran sido coronadas con éxito, probablemente el absolutismo de Luis XIV no hubiera enraizado en Francia y la nobleza hubiera jugado el papel de freno tan alabado por Montesquieu . Pero, al fracasar y ser expulsadas del mundo de la política –en el que, a partir de entonces, sólo pudieron participar entre bastidores- las frondeuses trasladaron su carga subversiva a la esfera social y al terreno literario. Algunas de ellas, como Mademoiselle de Montpensier o Madame de Motteville, ofrecieron en sus mémoires su visión de los hechos o se enfrentaron al orden patriarcal a través de la escritura. En el marco protegido y aislado de sus salones reflexionaron sobre el destino de la mujer y dieron a conocer sus producciones literarias. En ese “espacio del discurso”, damas como Mademoiselle de Scudéry, Madame de La Fayette o Madame de Villedieu pusieron en cuestión los cimientos de la sociedad francesa a la vez que conquistaron un lugar prominente en la literatura .
Sus salones, que fijaban los rangos prescindiendo de criterios de nacimiento, se transformaron en el mayor peligro para la integridad del espíritu de casta de la nobleza, al fomentar una movilidad social que socavaba el orden tradicional y subvertía las jerarquías existentes entre los estamentos. En efecto, frente a la rigidez de las grandes familias aristocráticas que se mostraban intransigentes en materia de matrimonios y se oponían a las mésalliances, la sociedad mundana, bajo la batuta de las salonnières, acogía a las hijas de la alta burguesía y de las finanzas. La integración entre el mundo de la nobleza antigua o reciente, de espada o de toga, y el de la alta burguesía se perfiló en los salones parisinos del último tercio del siglo XVII y se convirtió en una tendencia irreversible .
Pero la reacción de la sociedad francesa del siglo XVII fue implacable. Las damas de la Fronda fueron expulsadas de la política y de la corte, y las Preciosas , tachadas de femmes savantes, fueron víctimas de una campaña de desprestigio en la que participó Molière con dos de sus obras, Las preciosas ridículas (1659) y Las mujeres sabias (1672) . Lo que estaba en juego era si las mujeres, a las que se suponía carentes de los necesarios conocimientos de cultura humanista, podían acceder al reino de la literatura. El frente que unió a las salonnières con los Modernos, que se pusieron bajo su protección y a su servicio, no estuvo sin embargo desprovisto de fricciones como lo prueba el hecho de que Fontenelle, que concedía un lugar destacado a las mujeres en sus Diálogos, las impidiera, sin embargo, entrar en la Academia de las Ciencias.
El reconocimiento de la igualdad de la mujer quedaba lejos. A pesar de su creciente autoridad, los intentos de las aristócratas francesas de los siglos XVII y XVIII de desafiar el orden patriarcal y de penetrar en un mundo tradicionalmente masculino, el del poder y el intelecto, terminaron en fracaso. Aunque el pensamiento de Descartes había supuesto un tanto importante a su favor al afirmar que la mente no tiene sexo y, aunque, en 1673, uno de sus discípulos, François Poullain de la Barre, había publicado La igualdad de los dos sexos , la tesis dominante seguía siendo la de la complementariedad, no la de la igualdad. Dicha teoría, que compartieron los philosophes del Siglo de las Luces, no resolvía el tema de la jerarquía, ni el de la subordinación y el poder, como comprendió muy bien Louise d´Epinay . En una crítica al libro de Antoine-Léonard Thomas, Essai sur les femmes dans les différents siècles, publicado en 1772, ponía el dedo en la llaga al pedir que se dejaran de alabar las virtudes femeninas que, en la práctica, conducían a la subordinación de las mujeres, y que se afirmara de una vez por todas que hombres y mujeres comparten la misma naturaleza y la misma constitución.
Según Dena Goodman , incluso en el marco de la República de las Letras donde trabajaron codo con codo con los ilustrados, las salonnières encontraron grandes dificultades para ser consideradas sus iguales. Las tensiones y el malestar, que desde el siglo XVII habían aflorado en la llamada querelle des femmes, se resolvieron finalmente en torno a 1780 con su exclusión de los lugares de sociabilidad masculinos.
Aunque es cierto que la civilización francesa de los siglos XVII y XVIII fue fruto de la cooperación de los hombres y mujeres de las elites, que sentaron las bases del principio de igualdad universal, este principio tardó aún siglos en hacerse realidad . Su origen se remonta al estoicismo griego, que trascendió la estrecha noción de igualdad de la polis, que cobijaba sólo a los ciudadanos y excluía a los esclavos, mujeres y extranjeros. Bajo su impronta, Roma promovió leyes a favor del reconocimiento legal de la mujer, y juristas como Cicerón incorporaron el concepto de igualdad universal , que heredaría el cristianismo de San Pablo . Es verdad que se trataba solo de una igualdad en dignidad que no afectaba necesariamente a las condiciones sociales o políticas, aún así la restrictiva mirada aristotélica se ensanchó hasta abarcar a todo el género humano. Posteriormente, los teóricos liberales recogieron el testigo y hablaron de que todos los hombres son portadores de unos derechos naturales, innatos y anteriores a la sociedad, que se resumen en que todos gozan de igualdad y libertad y en que nadie está sometido por naturaleza a otro. Dichos derechos, que forjan la columna vertebral del liberalismo, se plasmaron en las Constituciones liberales del siglo XVIII de Estados Unidos y Francia, e impulsaron a las primeras feministas como Olympe de Gouges o Mary Wollestonecraft a reclamar también dichos derechos para las mujeres.
Pero el legado de la Ilustración estaba plagado de ambigüedad. Abría la posibilidad de redefinir los roles de ambos géneros pero el nuevo discurso podía ser utilizado tanto por los partidarios como por los detractores de las mujeres.
Rousseau, uno de los autores que goza de mayor reputación en la historia del pensamiento occidental como paladín de la democracia , simboliza, paradójicamente, la resistencia masculina frente a los intentos de las damas de los salones de conquistar la igualdad . Su defensa de la tesis tradicional de la complementariedad, según la cual ambos sexos habrían sido creados para realizar funciones diferentes, le convirtió en el abanderado de la ideología de la domesticidad .
Es curioso que siendo asiduo de algunos salones parisinos y secretario de Mme.Dupin, una de las defensoras de los derechos de la mujer, el ginebrino fuese tan poco receptivo a las ideas feministas. Partiendo de la convicción de que la mujer está totalmente condicionada por su sexo, tanto fisiológica como psicológicamente , deducía que debía ser apartada de la vida pública y recluida en la esfera familiar, y que su educación debía gravitar sobre la sumisión y la devoción maternal. Pero incluso en el ámbito familiar, el reino por excelencia de la mujer, Rousseau la somete al paterfamilias, a quien otorga el derecho de jurisdicción absoluta sobre los hijos, de controlar la conducta de su esposa y de determinar sus creencias religiosas .
Es verdad que el talante misógino de Rousseau era común entre muchos autores de los siglos XVII y XVIII como Montaigne, Molière, Racine, o Voltaire. Arouet, que apoyó el divorcio, lo hizo sin embargo más para fastidiar a la Iglesia, su enemigo declarado, que para defender los intereses femeninos. Pero ni siquiera entre los redactores de la Enciclopedia había unanimidad. Jaucourt, consciente de que la dominación masculina no provenía de la naturaleza sino de leyes hechas por varones, apostaba por la igualdad en el seno del matrimonio. Pero Demahis, en su voz “Mujer ( Moralidad)” repetía la cantinela de la debilidad, timidez y duplicidad femenina, y Barthez, en “Mujer ( Antropología)” se preguntaba, totalmente en serio, si las mujeres eran hombres fallidos, aunque concedía graciosamente que no eran necesariamente tan débiles mentales como las pintaban sus detractores.
Hasta Diderot, que atacaba la incapacidad jurídica de la mujer y que, en su ensayo Sobre las mujeres, criticaba a Antoine Thomas su incomprensión ante los sufrimientos de las féminas, admitía que eran más delicadas, espirituales y menos cerebrales que los varones y que en su naturaleza predominaba el corazón (diafragma) sobre el intelecto. A pesar de sus posturas a favor de la mujer, alentaba así el antifeminismo del siglo XIX.
Como se lamentaba Olympe de Gouges, la polémica sobre si las diferencias entre hombres y mujeres eran producto de la naturaleza o de la cultura se había saldado sin que se obtuviese ventaja alguna para su sexo. A pesar de ello, la Ilustración ofreció a la causa feminista un importante arsenal de armas que blandir . Como afirma Anne Marie Käpelli, las mujeres que, desde pequeñas habían sido educadas en la sumisión y enseñadas a subordinar sus opiniones a las de los hombres, aprendieron, al leer a Mme.de Staël o más tarde a John Stuart Mill, a reclamar los derechos individuales de los que habían sido privadas.
Finalmente, la Revolución de 1789, tras despertar grandes esperanzas, acabó con las ilusiones de alcanzar la igualdad social y política y relegó una vez más a las francesas a las tareas del hogar. El triunfo de la ideología de la domesticidad barrió del mundo de la política a las mujeres republicanas. Los avances ideológicos que se habían logrado en el Siglo de las Luces gracias a autores como Condorcet, Olympe de Gouges y Mary Wollestonecraft, entre otros , se frenaron en seco. Los derechos del hombre y del ciudadano recogidos en la famosa Declaración de 1789 no incluyeron a las mujeres.

Artículo "El feminismo bastardo" de María José Villaverde

charo

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